Abrió los
ojos. Una mañana más lo encontraba desprevenido. “No quiero más, no quiero más.
Sólo por hoy, no quiero más”, se dijo con gritos mudos al tiempo que se refregó
la cara con fuerza para salir del ensimismamiento. Seis meses, y nada. No había
noticias de ella. Seis meses que habían pasado como el agua entre sus dedos y aun
así se sentía de la misma forma, y no entendía esa loca idea de la distancia.
Mecánicamente
se levantó; despacio, se atavió del mismo modo que siempre y con las mismas
nulas ganas que de costumbre. El suplicio de sus párpados al borde de caer en
la tentación del cansancio fluyó rápidamente, y le dio paso a otro tipo de
padecimiento, casi normal a esas alturas. Todas las personas que se cruzaron en
su camino tenían la misma cara para él, y lo miraban con un tono reprobador que
no le dejaba sostener la mirada.
Ya estaba
acostumbrado a ese rostro. No sabía si lo recordaba bien, no sabía si así era
en realidad o sólo ese era el recuerdo ideal que había guardado para siempre en
su mente. No sabía tampoco si esos ojos que tanto lo mortificaban, y esos
labios que le susurraban al oído un rosario de recuerdos, habían sido alguna
vez reales. Pero lo que si sabía era que esa era una marca indeleble en la
retina de sus ojos a cada paso que daba.
Conociendo
el paño, puso a la rutina en piloto automático y se dejó llevar como pudo. Así
transcurrió un día más. De su casa al estudio, y en el estudio la evasión de
las largas pilas de hojas sin revisar. “Al fin una distracción”, pensó. Pero la
evasión no fue, como nunca lo era, algo interminable. Pequeñas rendijas se
abrieron a lo largo del insípido blanco de su mente, y dejaron filtrar algunos
de esos susurros, leves pero flagelantes.
Presa del
desgano, tomó su saco y, luego de mirar el reloj en dos oportunidades,
consideró oportuno intentar otras estrategias. Salió con toda la velocidad que le
pudo imprimir a sus pasos, y se dirigió al lugar que había sido su hogar en los
últimos meses. Allí, entregado a su comprensivo confidente de turno, volvió a verse
descorchando la vida entre elixires de pasajera felicidad instantánea.
Miró
alrededor ansiando no entender nada, pero para su sutil desgracia todavía estaba
dentro de sus casillas. “Hoy era el día en que debíamos mirar el calendario y
reírnos. Simplemente reírnos”, pensó, mientras meditaba sobre los tiempos y las
distancias. Si, las distancias no existen al fin y al cabo, y los tiempos se
extienden elástica e infinitamente cuando uno así lo quiere.