lunes, 21 de julio de 2014

Cambio y fuera



Estas palabras que te escribo quizás nunca lleguen a tus manos. Quizás se pierdan letra a letra en el olvido, o quizás el olvido sea el que les quite sentido una por una. Quizás me olvides con una facilidad de la que jamás te hubiera considerado capaz, o quizás mi recuerdo perdure más de lo que incluso a mí me gustaría que lo hiciese.

Llegado el caso es más que probable que nunca llegue a saberlo. Si alguna vez decidieras regresar temo que mis brazos estarían abiertos. Si el escenario fuera el contrario, te dejo libre de esa culpa que nadie más que vos puso sobre tus espaldas. Perdón por nada, tus miedos los entiendo, y vergüenza conmigo nada hubiera tenido que darte.


miércoles, 16 de julio de 2014

Tiempos



No sé si voy o si vengo,
no sé si de verdad morí o solamente duermo.
¿No habré nacido en el momento equivocado?

La inspiración en estos tiempos
no es más que una mera mercancía
cuya escasez me resulta ineludible,
y eso también me hace dudar.

Corre el tiempo, así sin más,
y me encierra en un reloj de arena
mientras teje hábilmente a mi alrededor
una implacable telaraña de la cual no me deja escapar.

Retratos en mi mente se asoman,
pinturas vívidas a color
mutadas en un triste matiz de grises.

Son tiempos de idealizaciones
que se engañan a si mismas,
de poesías que no llenan
y de sueños inconclusos.

De elevadas murallas,
infranqueables cuando el vértigo de la rutina
se hace eco del cansancio,
y amaina aunque sea tan solo por un segundo.

Tiempos de fragmentos escarchados
de un camino que supo ser indeleble.
De eclipses de una luna que hoy me es ajena,
y crisis inverosímiles que se abren paso sin rumbo ni sentido.

De vacíos irremediables y molinos de viento que se agigantan.
Tiempos de cuentos que ya no se cuentan,
al son de un reloj que oscila vertiginosamente
entre lo rápido y lo lento. 


sábado, 12 de julio de 2014

Engranajes



Esos ojos tristes ya no encierran las penetrantes miradas que supieron cautivarse con las suyas en un abismo más allá del tiempo y del espacio, ni esconden la adrenalina propia de esos temores camuflados, testigos de algo maravilloso pero desconocido.

Esos labios tímidos no necesitan ya de sus besos aún más tímidos, ni piden a gritos el suave e irresistible roce de esa trémula piel que supo ser tan cercana y adictiva, casi familiar, pero que  en la cruda realidad del hoy se erige tan fría y ajena.

Esas manos pequeñas ya no se entrelazan con el calor de aquellas que a su manera supieron contenerlas, ni exploran tras de sí el placer de una caricia mutua que trasciende lo corporal para llegar en un sentido no tan metafórico a ese inacabable desvarío que llamamos alma.

Esa silueta que juntos conformaban ya no se vislumbra por los pasillos de su vida, y se va perdiendo poco a poco entre los escombros del orden azaroso que impera en su memoria, al ritmo de un humor que oscila mientras el calendario continúa su cauce de modo casi normal.

Esos ojos profundos. Esos trémulos labios. Esas manos frías. Esa peculiar silueta. Todos esos y esas pequeñas partes de un todo inacabado e inacabable forman un ejército de memorias  que, cual postales, se vuelven indelebles y, más temprano que tarde, logran engañar al tiempo.


sábado, 5 de julio de 2014

Ardides



Ya desde lejos impartía un brillo fulgurante. Sin quererlo, parecía destinada a decorar ese paisaje dolorosamente común en el cual se encontraba inserta casi por accidente. Imbuida de una paz casi turbadora, daba la certera sensación de estar esperando algo, sin decidirse a ir a buscarlo o a seguir aguardándolo.

Portaba un ajustado jean azul marino que evidenciaba una silueta envidiable, y con él un sobretodo acromático que en contrapartida se veía un tanto holgado. Lucía también, por debajo, una camisa que ostentaba un radiante color rojo, que se veía atravesado por unas finas rayas que hacían que todo ese conjunto le quedase pintado.

Vacilaba si avanzar o permanecer, tamborileando los dedos al compás de su meditación. Pero mientras tanto, no hacía más que continuar poéticamente sentada en el escalón de aquel triste edificio, contemplando el horizonte. Allí, mirando el porvenir, como si lo que estaba por llegar fuese a hacerlo más tarde o más temprano, esperaba ensimismada.

Algo en su mirada, perdida pero infinitamente profunda en sus vastos ojos marrones, instaba a perderse con ella en sus opacos pensamientos, que jugaban en contra de su belleza, ocultando entre un puñado de lágrimas suicidas una sonrisa que se sabía hermosa de antemano.

Sus facciones endiabladamente angelicales no eran otra cosa que la perdición de quien la observase, y él, ya solo a un par de metros, no era en absoluto ninguna excepción.