sábado, 12 de julio de 2014

Engranajes



Esos ojos tristes ya no encierran las penetrantes miradas que supieron cautivarse con las suyas en un abismo más allá del tiempo y del espacio, ni esconden la adrenalina propia de esos temores camuflados, testigos de algo maravilloso pero desconocido.

Esos labios tímidos no necesitan ya de sus besos aún más tímidos, ni piden a gritos el suave e irresistible roce de esa trémula piel que supo ser tan cercana y adictiva, casi familiar, pero que  en la cruda realidad del hoy se erige tan fría y ajena.

Esas manos pequeñas ya no se entrelazan con el calor de aquellas que a su manera supieron contenerlas, ni exploran tras de sí el placer de una caricia mutua que trasciende lo corporal para llegar en un sentido no tan metafórico a ese inacabable desvarío que llamamos alma.

Esa silueta que juntos conformaban ya no se vislumbra por los pasillos de su vida, y se va perdiendo poco a poco entre los escombros del orden azaroso que impera en su memoria, al ritmo de un humor que oscila mientras el calendario continúa su cauce de modo casi normal.

Esos ojos profundos. Esos trémulos labios. Esas manos frías. Esa peculiar silueta. Todos esos y esas pequeñas partes de un todo inacabado e inacabable forman un ejército de memorias  que, cual postales, se vuelven indelebles y, más temprano que tarde, logran engañar al tiempo.


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