Ya desde lejos impartía un brillo fulgurante.
Sin quererlo, parecía destinada a decorar ese paisaje dolorosamente común en el
cual se encontraba inserta casi por accidente. Imbuida de una paz casi
turbadora, daba la certera sensación de estar esperando algo, sin decidirse a
ir a buscarlo o a seguir aguardándolo.
Portaba un ajustado jean azul marino que evidenciaba
una silueta envidiable, y con él un sobretodo acromático que en contrapartida
se veía un tanto holgado. Lucía también, por debajo, una camisa que ostentaba
un radiante color rojo, que se veía atravesado por unas finas rayas que hacían
que todo ese conjunto le quedase pintado.
Vacilaba si avanzar o permanecer, tamborileando
los dedos al compás de su meditación. Pero mientras tanto, no hacía más que continuar
poéticamente sentada en el escalón de aquel triste edificio, contemplando el
horizonte. Allí, mirando el porvenir, como si lo que estaba por llegar fuese a hacerlo
más tarde o más temprano, esperaba ensimismada.
Algo en su mirada, perdida pero infinitamente
profunda en sus vastos ojos marrones, instaba a perderse con ella en sus opacos
pensamientos, que jugaban en contra de su belleza, ocultando entre un puñado de
lágrimas suicidas una sonrisa que se sabía hermosa de antemano.
Sus facciones endiabladamente angelicales no eran
otra cosa que la perdición de quien la observase, y él, ya solo a un par de
metros, no era en absoluto ninguna excepción.
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