sábado, 5 de julio de 2014

Ardides



Ya desde lejos impartía un brillo fulgurante. Sin quererlo, parecía destinada a decorar ese paisaje dolorosamente común en el cual se encontraba inserta casi por accidente. Imbuida de una paz casi turbadora, daba la certera sensación de estar esperando algo, sin decidirse a ir a buscarlo o a seguir aguardándolo.

Portaba un ajustado jean azul marino que evidenciaba una silueta envidiable, y con él un sobretodo acromático que en contrapartida se veía un tanto holgado. Lucía también, por debajo, una camisa que ostentaba un radiante color rojo, que se veía atravesado por unas finas rayas que hacían que todo ese conjunto le quedase pintado.

Vacilaba si avanzar o permanecer, tamborileando los dedos al compás de su meditación. Pero mientras tanto, no hacía más que continuar poéticamente sentada en el escalón de aquel triste edificio, contemplando el horizonte. Allí, mirando el porvenir, como si lo que estaba por llegar fuese a hacerlo más tarde o más temprano, esperaba ensimismada.

Algo en su mirada, perdida pero infinitamente profunda en sus vastos ojos marrones, instaba a perderse con ella en sus opacos pensamientos, que jugaban en contra de su belleza, ocultando entre un puñado de lágrimas suicidas una sonrisa que se sabía hermosa de antemano.

Sus facciones endiabladamente angelicales no eran otra cosa que la perdición de quien la observase, y él, ya solo a un par de metros, no era en absoluto ninguna excepción.



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