Tus ojos, extraviados voluntariamente durante
el invierno de tus sentimientos, se enfocan otra vez. Mientras la escarcha que
supo aletargar tus sentidos ya no te impide moverte, sino que por el contrario
te insta a ponerte en movimiento, te vas obligando a despertar.
Las hojas marchitas yacen en el piso pero ya
no siguen cayendo, y el ciclo parece próximo a empezar de nuevo. Mientras te
desperezás se te escurre un suspiro delator, que te recuerda que el tiempo
corre a un ritmo ciertamente irregular cuando le das la espalda.
Con la mirada perdida te acercás a la ventana,
sin ver más allá que ese habitual y monótono cielo de color gris, que nunca
cambia. Fijo, inerte, te va consumiendo poco a poco todo atisbo de felicidad, a
medida que vas deseando, cada vez más, volver a perderte en los indefinidos
límites de tu memoria.
Buscás sin ver, pensás sin pensar, y hacés de
lo sencillo algo complicado; caminás al compás de la improvisación. Andás, sin
tapujos, por la cornisa de una realidad que se opacó en tu mente pero que a fin
de cuentas, solo olvidaste sacarle brillo.
Recuerdos que se rehúsan a quedar en eso,
recuerdos.
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