No hay caso, no. No hay vuelta atrás. O eso
creo mientras sujeto firmemente su teléfono en mi mano, apretándolo contra mi
pecho como si quisiera o simplemente pudiera escapar. Ella está tirada ahí, en
ese mismo rincón, inerte. No se mueve, y no se si me preocupa más eso o la remota
posibilidad de que lo haga. Y eso también me vuelve loco. Si, todo me preocupa.
Todo. No, no hay vuelta atrás.
Frenesí. Eso siento, sí. Todo corre más rápido
que el viento dentro de mi cabeza, y las imágenes me llegan con retardo a
medida que me adentro en la oscuridad. Tan solo quiero saber que pasó. Recuerdo
un grito, pero no se si fue ajeno o si en realidad fue mío. Su celular en mi
mano me desconcierta, mas su silencio lo hace aún más. Una habitación
desconocida y a la vez extrañamente familiar me espera desafiante.
Me muevo, a tientas. Mientras tanto, intento
paulatinamente recobrar el sentido, además del control sobre mi cuerpo. Me
siento aletargado, quizás drogado, y eso me preocupa. Pero no, no me detengo.
Su rostro, borroso como el rastro de la bruma al desaparecer, me mortifica y me
pone en movimiento. De a poco vuelvo en mí, o eso parece. La sangre me hierve,
y el corazón se me acelera al ritmo de un volcán a punto de estallar, mientras
ante mi se abre un lóbrego enigma.
De repente, así como si nada, me encuentro
perdido y no sé como salir. Solo. Así sin más, en un claro abierto de la nada
misma, al que no se ni como llegué. Si de mi memoria inmediata depende, no hay
forma de saberlo. Caí allí. ¿Es su teléfono el que yace en mi mano? Estoy
inmóvil, y cada vez me siento más torpe, al tiempo que casi se me cierran los
ojos. La preocupación de a poco me invade. La siento, casi literalmente,
entrando por mis venas. A tientas palpo el suelo con mis manos, buscando una
señal que me devuelva la consciencia.
No puedo dejar de pensar. Aunque quiera, no.
Tomo un sorbo más de esa ginebra de mala muerte que me acaban de servir, y me
convenzo de dejar el resto. Ya tomé bastante, lo se. Pero me desvela esa
habitación, me desvela su cuerpo. Todo tan vívido, tan lúcido. Me preocupa, sin
lugar a dudas. No hay caso, el alcohol vuelve a ganarme la partida, y ahogar
las penas parece volverse obligatorio ante un engaño. Doy lástima, no tengo
control de mí. Y ahí, justo ahí, es cuando ella aparece. ¿Me preocupo? Entro en
pánico diría, y todo se vuelve blanco.
Estoy despierto, o eso parece. No se si lo
soñé o de verdad mi mano cayó en todo su peso con un rayo metálico de muerte
sobre su silueta indefensa, desparramada en el rincón de una intrigante
habitación. Solo sé que ahí, a mi lado, no hay nada. Tiene que ser un sueño,
jamás le haría daño. No le pagaría con la misma moneda. El fastidio me domina,
luego de un profundo bostezo, y me recuerda lo vago de mis premoniciones. No
son más que incoherencias propias de los desvaríos típicos de los sueños. O de
eso intento convencerme, mientras para mis adentros me digo que no, no hay
vuelta atrás.